"Funeral"

- Dime J ¿que es lo que ves?
J tardó unos segundos en responder, pensando si la pregunta tenía trampa.
- Pues... son dos funerales- una breve pausa-. Ésta chica lo está pasando fatal, y en cambio ésta otra- dijo señalando el monitor de la derecha- parece que lo acepta bastante bien.
-¿Sabes porqué te he hecho llamar?- silencio-. ¿Sabes que es lo que me preocupa?- J parecía dispuesto a contestar, pero él siguió hablando, dejándolo con la boca abierta-. Esos dos funerales se han celebrado en mis instalaciones, y a esa gente la han atendido mis empleados. Piensa en el dineral que han pagado para contratar nuestros servicios. ¿Ves a esa joven llorando? ¿La entiendes? ¡Pues yo no!- lanzó el vaso de plástico a la basura con violencia.
-Señor X no creo que deba preocuparse por eso. Esa gente ha contratado los servicios de la empresa por voluntad propia. Usted se ha encargado de que no falte ningún lujo. Contamos con los mejores profesionales... Nadie en el mundo puede ofrecer lo que usted a desarrollado y a convertido en realidad. Insisto señor, no creo que tenga porque preocuparse.
-Si no me preocupara por esos detalles nunca hubiera llegado hasta aquí- su voz había perdido el tono violento, pero lo había sustituido uno más frío y pausado que aterrorizó a J. Encendió un cigarrillo, y tras varias caladas cortas lo apagó en un cenicero-. La diferencia entre usted y yo, J, es que yo me pongo en la piel de ellos, y si uno de mis clientes se siente mal durante...
-Uno entre un millón- lo interrumpió.
-Si ha pasado una vez, puede volver a pasar!- gritó en un nuevo estallido de ira-. Eso podría ser el fin de mi empresa. Y lo que es peor, el fin de todo por lo que he luchado- se miró las manos, y su vista se detuvo en su muñeca izquierda, donde una pulsera tenía un número 14 grabado-. Nada tendría sentido...- terminó en un susurro.

Ambos permanecieron callados durante algunos minutos, mientras veían las imágenes en los dos monitores encendidos. En ellos transcurrían dos escenas similares, solo que en una la cliente parecía contenta, y en la otra una joven parecía desolada.


***


Era una mujer elegante y atractiva. Embutida en aquel vestido negro, tan ceñido y escotado, no aparentaba sus sesenta años. Mantenía una buena figura fruto del gimnasio, y una dieta sana (y una buena cantidad de polvos diarios. "Uno me los da mi marido y los esnifo; y los otros son los amigos de mi marido y me los tiro"). Todos los allí reunidos estaban de muy buen humor, comían y bebían disfrutando del funeral.
Ella se sabía el centro de atención, y se recreaba en todas las conversaciones. Disfrutaba poniendo en apuros a aquellos hombres con los que se acostaba y habían acudido allí con sus esposas. Les sonreía a ellas también, claro, soltaba algún comentario fuera de lugar y los dejaba allí plantados, donde ellas empezaban una larga batería de preguntas que ellos no sabían contestar.
Así que cuando se abrieron las puertas y la música y las luces cambiaron a un ambiente más íntimo, ella perdió todo su protagonismo y el último pensamiento que le dedicó a su difunto marido fue de rabia, y el primer sentimiento hacia su nuevo marido fue de odio.


***


En el monitor de la izquierda aparecía el mismo decorado, las mismas instalaciones. Era una grabación posterior. Pero era una imagen totalmente distinta. Los invitados estaban preocupados por la joven que ocupaba el centro de todas las miradas. En mayor o menor medida, contratar los servicios de R-Aenima les había supuesto un alivio a todos. El padre del joven fallecido tendría una oportunidad de redimirse, y aplacar cierto sentimiento de culpa. Los padres de la temprana viuda tenían la esperanza de que su hija recuperase las ganas de vivir. Incluso el jefe del difunto, intentaría no perder su artículo semanal en su publicación. Y allí estaba ella, la joven destrozada por el dolor, tan indefensa, tan diminuta, sola en medio del salón. Todos lo habían intentado, pero nadie sabía como consolarla. Así que cuando se abrieron las puertas, y la música y las luces dejaron paso a un ambiente más íntimo, ella contuvo su llanto un instante (no pudo hacer lo mismo con sus lágrimas, que seguían resbalando mejilla abajo), y levantó la vista, sin esperanza, para ver el momento clave de la ceremonia.


***


En ambas pantallas la ceremonia transcurría de forma idéntica, tal como exigía el protocolo de la empresa. Los empleados apenas se dejaban ver por los clientes, como si todo fuera obra del gran dios invisible, omnipresente y todopoderoso.
Las luces bajaron de intensidad, y la música cambió a una suave melodía clásica. Una pantalla gigante, descendida desde el techo de manera imperceptible, mostraba imágenes de la vida del fallecido en orden cronológico, hasta llegar al video del entierro, rodado tan solo una hora antes. La música subió de intensidad acompañando el nudo que todos tenían en la garganta.
Entonces, en cada una de las dos escenas, las grandes puertas dobles se abrieron solas, y empezó a a brotar una cortina de humo desde una máquina oculta. La silueta de una persona apareció en el marco de la puerta, y tras una breve pausa, atravesó el humo de colores, y entró en salón. Cada una de las viudas tenía frente a sí a su nuevo marido.


***


A sus sesenta años no le hubiera costado nada sacar a relucir su sonrisa menos sincera (lo había hecho tantas veces con él...), pero realmente estaba contenta. Su marido era un estorbo, si. La llamaba constantemente al móvil, se preocupaba por ella y sus largas excursiones. Le hacía asistir cogida del brazo a reuniones de trabajo (aunque no olvidaba que era allí donde había conocido a la mayoría de sus ricos amantes). También era consciente de que él nunca le pedía explicaciones; le pagaba sus eternas vacaciones y sus lujos. La verdad es que sin él, toda esa vida se acababa, porque por razones que no entendía, su ex-mujer y socia, tenía reservada gran parte de la tarta que era el dinero de él. Por eso contrató a esta empresa, que era un gran gasto pero también una inversión.
Y allí estaba, emocionándose incluso al volver a aquel viejo al que no se le levantaba su cosa. Empezó a correr hacia él para darle un abrazo, consciente de que todos la miraban, de que todos los ojos de los machos no perdían detalle de como sus pechos se peleaban por saltar del escote en cada saltito. Cuando llegó frente a él se abrazaron. Él miraba, sonriendo, a todos los presentes, y ella descansaba su cabeza en su hombro, complacida, pensando donde sería su próximo viaje.


***


La joven se acercó despacio, incrédula. Aguantó la respiración mientras acariciaba delicadamente aquel rostro tan conocido. Era su hombre, o más bien, era igual que su hombre. Su mirada era la misma, sus gestos idénticos, su sonrisa mantenía su sello personal. La abrazó y la besó sin que ella supiera resistirse. El beso debería haberla calmado, porque los labios no mentía, el calor de su aliento, los rincones secretos de su lengua, todo era como había sido siempre.
Pero ella lo había visto morir en sus brazos. Ella sintió como la vida se escapaba de él, como sus ojos se despedían con tristeza en un último instante, luego aspiró y se quedó con la vista perdida, y luego él ya no estaba allí.
No podía soportarlo, verlo allí de nuevo le ponía los pelos de punta, le dolía el alma. Se dio la vuela, y echó a correr, saliendo del salón y dejando a los demás presentes con la sonrisa congelada en sus caras.


***


-Sigo sin entenderlo J. Les concedo el mayor milagro visto jamás. Les regalo la vida. Solo yo tengo ese don y lo he puesto a su servicio... ¡Los he convertido en inmortales! ¡No lo entiendo! ¿Porque sigue llorando?- No había rabia, sino lástima en su voz.
J se ralamía los labios secos. Había temido que llegara ese momento, y ahora ya no tenía dudas, era tal como se lo había descrito su antecesor. Disimulando lo mejor que pudo, metió las manos dentro de su gabardina. Por suerte, la reunión del día anterior lo había puesto sobre aviso y estaba preparado, sino todo hubiera sido mucho más difícil.
-No se porqué sucede todo esto- la voz del viejo era poco más que un susurro. Se pasó una mano por la cara-. ¿Porqueee?
J sacó la mano del interior de la gabardina, la extendió temblorosa delante de sí mismo, a unos centímetros de la cabeza del señor X, y mientras veía como el cañón del arma se tambaleaba de un lado a otro, cerró los ojos y apretó el gatillo. Se oyó un pequeño silvido seco seguido de un crujido. Cuando volvió a abrir los ojos, vio como el cadáver del anciano se desplomaba sobre el escritorio con un pequeño agujero sangrante bajo uno de los pómulos.
Tras varios minutos en los que J. lloró silenciosamente, cogió el tabaco del otro y encendió un cigarrillo. La segunda calada le provocó un ataque de tos, y machacó la colilla en el cenicero. Eso le sacó del estado de shock en que se encontraba, y continuó el trabajo que había empezado. De pie, desde detrás del cadáver, tecleó en la computadora un código secreto que ni el difunto jefe conocía. Era parte del plan de seguridad que el señor X original había diseñado tantos años atrás.
A los pocos minutos se abrieron las puertas mecánicas del despacho y entró por ellas el señor X. Durante unos instantes J se quedó pasmado mirando alternativamente a los dos hombres iguales. Estaba prevenido sobre lo que iba a ocurrir, incluso él había activado el plan de emergencia xo...
-Vamos J, por el amor de dios, no dramaticemos. Llame al servicio de limpieza para que arreglen este pequeño desastre. Tomaremos u café mientras, y luego me mostrará esos vídeos con los que parece que tenemos un problemilla- levantó una mano coronada con una pulsera con el número 15, la puso sobre el hombro de J, y empezaron a andar hacia el exterior.

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